jueves, 31 de marzo de 2011

Capitulo 1 de "Volviendo con su marido"

Historia de Helen Bianchin

Capítulo 1

—¿Podemos dar otra vuelta? Por favor.
El ruido y el color de la verbena los rodeaban. Música alta, risas, los gritos de los niños montados en el tiovivo, la noria… casetas que atraían la atención de una niña.
Había tiendas a rayas que prometían excitantes aventuras, puestos de algodón de azúcar, perritos calientes y casetas en las que se ofrecían muñecos de peluche como premio por derribar patos que daban vueltas.
La sonrisa de Nessie era como para derretirse; su buen carácter, una bendición. Bella abrazó amorosa a su hija pequeña. Sus pequeños brazos le rodearon el cuello.
—Lo estamos pasando bien, ¿verdad?
Bella sintió cómo le tocaba esa fibra sensible que reaccionaba al incondicional amor de una niña.
—Una vez —accedió y pagó por otra vuelta—. Después tenemos que irnos.
—Lo sé —asumió Nessie alegre—. Tienes que irte a trabajar.
—Y tú tienes que dormir bien para poder estar atenta mañana en el colegio.
—Así podré crecer y ser tan lista como tú.
Aumentó la intensidad de la música y el tiovivo empezó a dar vueltas. Nessie agarró las riendas del caballo de colores brillantes.
Se había graduado en la universidad, pero no era tan lista en lo referente a su vida personal, pensó Bella. Un matrimonio roto en menos de dos años no podía verse como algo especialmente bueno, a pesar de las circunstancias atenuantes.
Agua pasada no mueve molino, se dijo mientras el tiovivo perdía velocidad hasta detenerse.
—Se acabó.
Bella se bajó y después sacó a su hija del caballo de colores.
Los hermosos ojos verdes de la niña chispeaban entre risas de delicia mientras gritaba y daba un sonoro beso en la mejilla de su madre.
Los ojos de su padre, pensó Bella intentando dominar la tensión que sentía en el estómago al pensar en el hombre con quien se había casado cinco años antes en otro país.
Edward Cullen, nacido en Francia de padres españoles, crecido y educado en París y con estudios universitarios en Madrid.
Hablaba varios idiomas, era atractivo, sensual, encantador… se había enamorado de él y la había arrastrado a una vida muy diferente de la que había llevado hasta entonces.
Se había dicho a sí misma que se adaptaría… y lo había hecho. O eso había pensado. Pero no para la familia de él, quienes le habían dejado claro que no armonizaba con su estatus.
Una complicación añadida había sido que la familia había favorecido la elección de una novia aceptable… Tanya de Córdoba. La impresionante morena de ojos negros, de linaje espectacular y obscenamente rica.
Algo que tanto la familia Cullen como la propia Estrella nunca habían permitido a Bella olvidar. O que Edward y Tanya hubiesen sido amantes… una situación que pronto se reanudó tras su matrimonio, si había que creer en los rumores. Rumores alimentados activamente por una parte de la familia Cullen con el objetivo de debilitar las defensas de Bella.
Las irrefutables pruebas de la infidelidad de Edward a los veinte meses de haberse casado habían provocado una discusión explosiva que había terminado con Bella mudándose a un hotel y posteriormente subiéndose en el primer avión de vuelta a Australia.
En unas semanas había conseguido un buen empleo en una farmacia de las afueras de Perth, alquilado un apartamento, comprado un coche… y tomado la decisión de colocar a Edward donde debía estar: en el pasado.
Difícil, cuando su imagen se le colaba constantemente entre sus pensamientos diurnos y asaltaba sus sueños por la noche.
Imposible, cuando unas persistentes molestias de estómago le habían hecho ir al médico donde había descubierto que estaba embarazada de unas cuantas semanas.
Resultaba increíblemente irónico, dado lo desesperadamente que había querido darle un hijo a Edward, que la confirmación de la concepción hubiera llegado cuando su matrimonio ya se había hecho añicos.
Durante el embarazo había decidido no informar a Edward de su paternidad por si perdía el bebé, y después había desarrollado un instinto maternal tan fuerte que informarle ni siquiera había sido una opción.
Como precaución había ocultado su rastro con éxito recurriendo al apellido de soltera de su madre y haciendo que cualquier correo que le llegara lo hiciera a través de una ruta realmente tortuosa.
En ese momento, casi cuatro años después de abandonar Madrid, la vida le iba bien. Ordenada, pensó. Tenía un apartamento en un edificio moderno de alto nivel en las afueras de Applecross y trabajaba desde las cinco hasta la medianoche en una farmacia no lejos de su casa. Ideal porque le permitía pasar los días con Nessie y también pagar a Anna, una agradable viuda de un apartamento vecino, para que se quedara con la niña por la noche.
—¿Puedo llevarme a casa un poco de algodón de azúcar para comérmelo con Anna? —la expresión de Nessie era angelical—. Prometo que después me lavaré los dientes.
Bella abrió la boca para ofrecerle unos trozos de melón que llevaba en una tartera, pero luego cambió de opinión.
—De acuerdo —dijo y se contuvo de añadir ninguna observación.
¿Cómo iban a ir a la verbena y no comer algodón de azúcar?
El rostro de la niña se iluminó.
—Te quiero, mamá. Eres la mejor.
Bella abrazó con fuerza a su hija.
—Yo también te quiero, diablillo —rió y le dio un beso en la mejilla.
Alzó la cabeza… y se quedó paralizada cuando su mirada se encontró con la de dos personas que había pensado no volver a ver nunca más. Había creído que nadie de la familia Cullen volvería a cruzarse en su camino. ¿Qué posibilidades había viviendo en lados opuestos del mundo?
Y ¿por qué estaban allí, en una verbena en un parque a las afueras de Perth?
Sintió que se le paraba el corazón antes de que empezara a latir a un ritmo de locura.
Era evidente que la habían reconocido, así que no podía escapar.
—Bella —hubo una pausa casi imperceptible antes de que Emmet Cullen compusiera su expresión.
Bella alzó la barbilla y sostuvo la intensa mirada del hermano menor de Edward que, acto seguido, se dirigió hacia la niña y después volvió a ella.
—Emmet —fría, educada… ella también podía hacerlo—, Rosalie —reconoció a la joven que estaba a su lado.
Tenía que alejarse ya.
—¿Mamá?
No. De la boca de una niña inocente había salido la única palabra que no dejaba ninguna duda sobre de quién era Nessie.
Bella vio cómo la boca de Emmet se afinaba hasta convertirse en una línea.
—¿Es tu hija?
Antes de que pudiera decir nada, Nessie explicó con voz solemne:
—Me llamo Nessie y tengo tres años.
«Oh, corazón», casi gritó, «¿tienes alguna idea de lo que acabas de hacer?»
La silenciosa acusación que vio en la mirada de Emmet la alarmó y no le cupo la menor duda de que, si hubiera estado ella sola, le habría lanzado un reproche.
Los lazos de la familia Cullen eran tan fuertes que Bella tuvo la certeza de que no había la más mínima posibilidad de que Emmet permaneciera en silencio.
Apenas consiguió controlar el deseo de rodear a Nessie con sus brazos y salir corriendo a toda velocidad a su casa… y hacer las maletas. Subirse a un avión para la costa este y perderse en una nueva ciudad.
—Si me perdonáis —consiguió decir con frialdad—. Es un poco tarde.
Bella agarró a la niña de la mano, se dio la vuelta y se obligó a caminar de un modo controlado hacia la salida, la espalda derecha y la cabeza alta.
Orgullo tenía para dar y tomar. Y no miró hacia atrás mientras avanzaban entre la muchedumbre. ¿Podía el estómago convertirse en una bola dolorosa? Sentía como si el suyo sí. La sangre se le congeló en las venas mientras abrochaba el cinturón de la sillita de seguridad del coche.
—Se nos ha olvidado el algodón de azúcar.
—Compraremos algo de camino —en el supermercado lo vendían envasado.
Arrancó el motor y puso el coche en marcha.
—No será lo mismo —dijo la niña sin rencor.
No, no lo sería. «Maldición», dijo entre dientes. Si no hubieran dado otra vuelta en el tiovivo… Pero la habían dado. Y era demasiado tarde para recriminaciones. Volvió a su casa y actuó como una autómata mientras bañaba y preparaba a Nessie y se preparaba ella para irse al trabajo; después, dejó a su hija al cuidado de Anna y se fue en coche a la farmacia.
De alguna manera se las arregló para pasar la noche vendiendo medicinas y ofreciendo consejo a los clientes que lo pedían.
Preocupación, temor, miedo… la palpable mezcla elevaba su tensión casi hasta el punto del estallido y a la hora de cerrar había conseguido tener un buen dolor de cabeza.
Fue un gran alivio llegar a su apartamento, darle las gracias a Anna, ver cómo estaba Nessie, desnudarse y meterse en la cama.
Pero no dormir… pensando en la reacción de su marido cuando se enterara de que tenía una hija… su hija.
¿Podría intentar negar que él era el padre de Nessie? Una carcajada nació y murió en su garganta. Marcos sólo tenía que pedir una prueba de ADN. ¿Y después?
Un estremecimiento recorrió su delgado cuerpo. Edward era un estratega despiadado y tenía la suficiente riqueza y poder como para pasar por encima de cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
Pero Bella sería la excepción. Nadie podría interponerse entre su hija y ella. Nadie.
Su resolución se fortalecía con cada hora que pasaba. Lo mismo que la tensión nerviosa.
Estaba claro que Edward se pondría en contacto con ella. O en persona o a través de un representante legal. Ella podía no importarle nada a Edward, pero una hija, indudablemente su hija. Eso era otro tema.
Dado que Emmet podía decirle dónde la había encontrado ¿qué dificultad supondría para un hombre como Edward encontrar su casa o su trabajo?
«Pan comido», le dijo una voz interior.
Ser consciente de ello no le sentó muy bien. Apenas comía y el tiempo que pasaba despierta lo dedicaba a intentar adelantarse a todas las posibilidades que Edward podía elegir para presentarse.
La necesidad de asegurarse de que Anna tomara todas las precauciones mientras Nessie estaba su cargo acabó con una pregunta:
—¿Tienes problemas legales?
—No… no, por supuesto que no —reiteró Bella.
—Eso era todo lo que necesitaba saber.
Una aparentemente madre soltera con una niña… ¿Cómo no iba a llegar a la conclusión de que pudiera haber una inminente batalla por la custodia?
—Gracias —dijo con auténtica gratitud.
¿Cuánto tiempo llevaría a Edward diseñar su estrategia y ponerla en práctica? ¿Unos días? ¿Una semana?
Antes, tenía que consultar a un abogado para enterarse de cuáles eran sus derechos. Tenía una idea aproximada de lo básico, y era lo bastante astuta como para darse cuenta de que lo que parecía lógico y racional no siempre era la verdad.
También podrían interponer una demanda de divorcio. Dado que llevaba separada mucho más de lo necesario, sólo sería cuestión de tiempo conseguir la disolución del matrimonio.
Con lo cual el único tema que quedaría pendiente sería la cuestión de la custodia.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se instaló en sus huesos.
Edward no podría solicitar la custodia de Nessie… ¿verdad? ¿Qué derecho podría tener?
Bella se rodeó con los brazos para evitar temblar de miedo. El que pronto sería su ex marido tenía la riqueza y el poder para alcanzar cualquier objetivo que se propusiera.
Un silencioso grito le resonó en la cabeza.
Si él decidía que quería a Nessie, removería cielo y tierra para conseguirla.
«Por encima de mi cadáver», decidió Bella.

*********

Hola!!!
¿Qué tal les ha parecido el primer capítulo? Espero que les haya gustado.
Bueno, espero que me dejen sus comentarios. A quien le parezca difícil dejar comentario siempre lo puede hacer en el chat. Con un me ha gustado o no me ha gustado, Me vale.
Un besote.
Danika.


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