jueves, 31 de marzo de 2011

Capitulo 2 de "Volviendo con su marido"

Capítulo 2

Edward Cullen recorrió la terminal internacional con Carlos, su asistente personal y guardaespaldas de confianza, a su lado.
El legado de los Cullen le había dotado de las imponentes y bien definidas facciones de sus antepasados y unos impresionantes ojos verdes que proyectaban la dureza de un hombre versado en las flaquezas de la naturaleza humana.
Tenía un aura de fuerza e intensa masculinidad, además de una peligrosa falta de piedad que resultaba un mal presagio para cualquier adversario.
Estaba relacionado con la nobleza española y disponía de una fortuna personal que lo colocaba en los lugares más altos de la lista de ricos europeos.
Y se le notaba… por el traje de Armani, los zapatos italianos y el Rolex en la muñeca.
El largo vuelo no había conseguido hacerle perder el control lo más mínimo. Su lujoso avión privado tenía toda clase de comodidades y estaba dotado de la última tecnología que le permitía tener una oficina volante.
Como había trabajado, estudiado listas, gráficos y datos, y se había mantenido en contacto con Emmet… no había sido capaz de desconectar y dormir. Algo que normalmente hacía en la cómoda cama de que disponía en la habitación privada que había en la cola del avión.
En lugar de eso, se había visto acosado por la imagen de una joven recientemente tomada con la cámara de un móvil: Bella Cullen… en ese momento Swan. Y su hija.
Había dos imágenes, la de antes y la de después.
En la primera, serena, feliz y amorosa. Madre e hija riendo.
En la segunda, la expresión de la niña seguía igual, pero la de su esposa, sin embargo, reflejaba impresión y algo más… ¿El presentimiento de que su vida tal y como había sido desde que había salido de Madrid iba a terminar?
Sin duda.
Apretó la mandíbula mientras salían por las puertas de cristal de la terminal y se metían en una limusina que los esperaba.
El conductor metió sus maletas en el portaequipajes y después se sentó tras el volante. Edward apenas se fijó en el paisaje que pasaba frente a las ventanillas mientras salían del aeropuerto.
Una hija.
Casi no podía controlar la ira hasta que la pantalla del móvil se iluminó por la llamada de Emmet.
¿Cómo se atrevía Bella a mantenerlo ignorante de la existencia de una hija?
Su reacción inicial había sido dar instrucciones a su piloto para que se dispusiera a volar a Australia, pero en lugar de eso, había actuado con calma, consultado a sus abogados y planeado una estrategia. Al día siguiente intentaría ponerla en práctica.
La suite de Edward en un hotel de la ciudad ofrecía toda clase de lujos. Se quitó la chaqueta, soltó la corbata, organizó su equipaje y se puso cómodo para leer con detenimiento el informe que le habían facilitado.
El detective que había contratado había hecho un buen trabajo. En el documento había una exhaustiva lista de los movimientos de Bella los últimos días, su dirección, su teléfono que no salía en la guía, la matrícula, marca y modelo de su coche, su lugar de trabajo, la escuela infantil de Vanessa.
Detalles que rellenaban alguno de los espacios en blanco y revelaban que no había tocado ni un céntimo del dinero que él había depositado en un banco a su nombre, ni de la cantidad que había ido añadiendo mes a mes.
Quería zarandearla y lo habría hecho si la hubiera tenido a su alcance.
¿Qué estaba Bella tratando de demostrar? Algo que él ya sabía: que sus relaciones familiares, su riqueza y su estatus social nunca la habían impresionado.
Ella había caído en su vida, literalmente, reflexionó recordando el momento en que el fino tacón de uno de sus zapatos se había quedado enganchado en una reja de metal y la había lanzado contra él en una céntrica calle de Madrid.
No había estado preparado contra la química instantánea… y una instintiva necesidad de prolongar el contacto con ella.
Se habían tomado un café en una cafetería cercana, intercambiado números de móvil… y el resto era historia. Edward cerró el informe y se acercó a la amplia zona acristalada que ofrecía una hermosa vista sobre el río Swan.
El cielo era un telón de fondo azul de los altos edificios de la ciudad, la cuidada vegetación… un colorido panorama que miraba ausente y que le recordaba un paisaje similar de unos años antes cuando había deslizado un anillo en el dedo de Bella. Una época en que los dos tenían suficiente con el otro y raramente pasaban un momento separados.
Edward sintió que su cuerpo se ponía tenso con los recuerdos de todo lo que habían compartido. El desinhibido entusiasmo de ella, su risa, su pasión. Su propia libidinosa respuesta fuera de control. Algo que nunca había sentido antes con ninguna mujer.
Tampoco en ningún otro aspecto de su vida. En el mundo de los negocios, tenía la reputación de ser un hombre de hielo y mantener la calma en la peor situación. Una conducta que le había granjeado el respeto de sus contemporáneos.
Se dio la vuelta para alejarse de los ventanales y miró su reloj. Había sido un vuelo largo, había cambiado de huso horario y tenía que ajustarlo.
Unos largos en la piscina del hotel y después una buena sesión de gimnasio le ayudaría a aliviar la tensión.
Con eso en la cabeza, tecleó un mensaje para Carlos, después se quitó la ropa, se puso un bañador, un albornoz, buscó una toalla y se metió en el ascensor.
Hora y media después, duchado y vestido con un traje formal, salió a la calle, se metió en su limusina y dijo al conductor que lo llevara a una dirección de la ciudad.
El altamente cualificado abogado de Penh que había contratado el equipo legal de Emmet para representar sus intereses en Australia confirmó ciertos aspectos legales, le ofrecido seguridad y le explicó el procedimiento. La reunión terminó casi al final de la jornada laboral.
De vuelta al hotel se quitó la chaqueta y la corbata, encargó la cena al servicio de habitaciones, conectó el portátil a Internet y se comunicó con la oficina de Madrid.


Bella se agachó hasta ponerse a la altura de Nessie, la abrazó y le susurró:
—Te quiero.
—Yo a ti también —oyó decir a su hija mientras se ponía de pie.
—Que pases un buen día.
La escuela infantil estaba cuidadosamente diseñada, la mayor parte era juego, algo importante para los niños. A Nessie le gustaba especialmente el tiempo que pasaba con sus compañeros entre la plastilina y la pintura de dedos, jugando o escuchando cuentos de las cuidadoras.
—Tú también.
Nessie se mezcló entre sus compañeros y Bella sonrió al verla entablar una animada conversación con uno de sus amigos.
Momento de marcharse, meterse en el coche y volver a casa. Tenía que hacer unas llamadas, además de labores domésticas antes de volver a recoger a su hija.
Un momento después, se cambiaba los vaqueros y la camisa por un pantalón corto y una camiseta y se ponía al trabajo.
Limpiar el polvo, barrer y fregar ayudó a Bella a consumir algo de la energía que le sobraba por los nervios. Pasó la aspiradora con un brío inusual.
Cinco minutos más y habría terminado, entonces se ducharía, vestiría, haría algunas llamadas e iría a buscar a Nessie.
El sonido del intercomunicador del portal apenas resultó audible con el ruido de la aspiradora. Apagó el aparato, cruzó el salón y dejó a un lado un extraño sentimiento de preocupación… era absurdo.
Había pasado varios días en ascuas esperando que Edward hiciera su primer movimiento, agonizando esperando que sucediera y valorando las consecuencias.
Por Dios, podía ser cualquiera quien llamara al timbre… así que respiró hondo y fue a mirar la pantalla del videoteléfono.
Las fuertes medidas de seguridad habían sido una de las razones por las que había comprado ese piso. La protección era algo importante en una gran ciudad y descansaba más tranquila sabiendo que había tomado todas las precauciones posibles.
Volvió a sonar el timbre… y se quedó sin respiración en el momento en que reconoció la figura masculina que aparecía en la pantalla: Edward Cullen… en persona.
La imagen en blanco y negro no conseguía estropear sus poderosas facciones… la fuerte estructura ósea del rostro, la penetrante mirada y la hermosa boca.
Bella sintió que se le hacía un nudo en el estómago sólo con verlo y por la oleada de recuerdos que despertó en ella.
Los buenos eran sus atenciones y la pasión que había despertado en ella… los no tan buenos eran las discusiones que habían derivado en una escalada de odio.
Se quedó mirando la pantalla. Retrasar lo inevitable no tenía sentido.
Le temblaban las manos cuando descolgó el receptor, recitó una breve expresión de reconocimiento y vio endurecerse el gesto de Edward.
—Ábreme, Bella. Tenemos que hablar.
—No tengo nada que decirte.
Por un momento la mirada de él se oscureció y su voz adquirió un peligroso y suave tono.
—Pretendo ver a mi hija.
—No tienes ninguna prueba de que sea tuya.
—¿Quieres hacer esto por las malas? —su mirada la taladraba a través de la pantalla.
—Perdimos la capacidad de dialogar hace mucho tiempo.
La expresión de Edward se endureció, y Bella tenía la desagradable sensación de que podía verla… lo que era, por supuesto, imposible.
Aun así, esa certeza no conseguía tranquilizarla, ni evitaba que los escalofríos de miedo le recorrieran la espalda.
Era fácil apagar la pantalla. No tan fácil sacárselo de la cabeza. Y su poderosa imagen se negaba a desaparecer a pesar de todos los esfuerzos que hizo para lograrlo mientras se duchaba, se ponía unos vaqueros negros, una blusa sencilla, un ligero maquillaje y se recogía el pelo.
Recogió su bolso, las llaves, cerró la puerta del apartamento y bajó en ascensor al aparcamiento. Los nervios le atenazaban el estómago mientras caminaba hacia su coche… vaciló ligeramente al ver un hombre alto apoyado en la puerta del acompañante.

1 comentario:

  1. cortita, pero me gusto....espero que pronto subas lo que sigue...xD

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